martes, 26 de mayo de 2020

Historia de la licenciatura en Historia

Les compartimos un testimonio de la creación de la licenciatura de Historia de la ENAH, para dar unas precisiones sobre la creación de esta licenciatura tal como aparece en wikipedia.

Le compartimos el texto completo y les dejamos el enlace de la publicación:


Historia de la licenciatura de Historia en la ENAH, un testimonio

https://mediateca.inah.gob.mx/repositorio/islandora/object/issue%3A1207


Historia de la Licenciatura en Historia en la ENAH, un testimonio
Guy Rozat Dupeyron[1]
INAH-Veracruz


La Escuela Nacional de Antropología e Historia hace 40 años se caracterizaba, a pesar de su nombre, por una ausencia de enseñanza de Historia. En virtud de un compromiso hecho con la UNAM se consideró que ésta última institución no propondría enseñanza de antropología y el INAH, en su escuela, no tendría la correspondiente de historia[2].
Puede resultar extraño que el que redacta esta memoria lejana de la Licenciatura en Historia de la ENAH sea “un extranjero”. Pero esto no lo será tanto si recordamos que durante décadas casi la mayoría de los maestros de esta escuela eran extranjeros, porque la ausencia de estructura institucional, la poca paga o cuanto irregular, hacía que los nacionales prefirieran buscar insertarse como maestros en instituciones más formales y mejor pagadas. También la “reputación” de dicha escuela no ayudaba a estructurar una planta docente de investigadores nacionales. Es cierto que muchos investigadores mexicanos a un momento u otro dedicaron tiempo y esfuerzo a la formación de los estudiantes de la ENAH, pero era más bien como una forma de apostolado y de entrega casi gratuita, pero si lo podían hacer es que, muchas veces, tenían plazas en otras instituciones o en el mismo INAH.
Pero en lo que toca a la estructura global de la enseñanza, en los tres primeros semestres de “años generales” es cierto que, cuando entré yo a la ENAH, había muchos maestros extranjeros. La represión y la caza sistemática de los sectores progresistas en muchos países de América Latina, en esos años, habían lanzado al exilio a muchos maestros e investigadores latinoamericanos y, por lo tanto, no fue nada extraño que algunos llegaron a ese lugar de pensamiento y reflexión política progresista que era en esa época la ENAH.
Hace un instante hablé de la mala reputación de la ENAH, y no hay duda de que las imágenes múltiples y variadas de esa institución se paseaban en el medio académico e incluso más allá, sin tapujos. La mayoría de estas eran desfavorables, muy desfavorables, y yo, que fui testigo de esa época llegando a la ENAH en 1975, puedo testificar que eran inmerecidas. Es cierto que la jerga marxista había invadido totalmente la enseñanza y, probablemente, era un claro exceso, pero también puedo decir que muy pronto grupos de alumnos reaccionaron contra esta melcocha discursiva impuesta que no llevaba a nada a la mayoría de los alumnos.
Es cierto también que no había duda, todos éramos marxistas, pero había de marxista a marxista. Había un pequeño sector sectario, minoritario y que tenía como referencia solo a Marta Harnecker y a las obras más burocráticas del camarada Lenin, pero también había un amplio sector que intentaba reflexionar sobre el marxismo real en obra, en países como Yugoslavia, sobre la posibilidad de la fundación de Soviets no burocráticos, incluso de pensar un marxismo más abierto para un socialismo con cara humana, como lo habían intentado los checos alrededor del 68 con el resultado que todos conocemos, su aplastamiento por los tanques del Pacto de Varsovia.
Así, si del exterior la escuela pudiera parecer bastante sectaria por el intitulado de sus materias, particularmente en los tres primeros semestres, las enseñanzas de la escuela estaban atravesadas por una reflexión muy dinámica y, a veces, muy enconada que ayudaba a desarrollar en los alumnos una desconfianza hacia los saberes establecidos, los dogmas, y les iniciaban a un método de vida autocrítico.
Estábamos en esos años que se estaba construyendo en México una universidad de masas, eso era particularmente notable en el INAH. La ENAH había dejado de ser una pequeña escuela ligada directamente a la pequeña burguesía nacional y al sector institucional. Ahora las hordas estudiantiles se estaban volviendo más populares, sus intereses eran diferentes y la conciencia de que México necesitaba transformarse les era muy clara, ya que no tendrían apoyos familiares para construirse como profesionistas. Ese proceso no fue de tajo, sino poco a poco la escuela se fue construyendo como un lugar de enseñanza “al servicio del pueblo”. 
Regresémonos al autor de dicho ensayo. Llegué a México invitado por colegas mexicanos que había conocido en París en diversos seminarios universitarios. Mi tesis de doctorado había sido un intento de historicizar el relato nacional mexicano, porque me había dado cuenta de que muchos de los contenidos de la Historia Mexicana habían sido escritos desde un mundo lejano a la dinámica de construcción de ese país. Paralelamente a esto, muchos de los mexicanos que había conocido yo en París no parecían interesarse mucho en la historia real de su país. Frente a la caricatura de un escueto relato nacionalista solo oponían unas explicaciones marxistoides simplonas, algunos más rolleros podían discurrir más horas, pero sin explicar realmente nada de la riqueza y profundidad de las fuerzas vivas que desde siglos se manifestaban y animaban la vida cotidiana en estas tierras.
Es así que, finalmente, estas discusiones no fueron tan vanas, ya que el resultado fue una invitación para trabajar unos meses en el Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM.
Al fin de mi contrato con la UNAM se me presentó la disyuntiva, regresar a mi tierra o, en cierta forma, pensar mi futuro en México. Prácticamente libre de ataduras me di cuenta de que las posibilidades de creación y desarrollo eran muy superiores a las que hubiera podido encontrar en la vieja y ya entumecida Francia, por lo menos por mí origen de clase. Evidentemente la ENAH era un lugar donde podía empezar a tantear mi suerte, siempre faltaban maestros y mi tesis sobre las manipulaciones de los relatos de la Conquista de México me había familiarizado con muchos de los textos que se utilizaban en esa época en la ENAH.
Me sentí inmediatamente en casa, la atmósfera era muy dinámica, muy creativa, casi cada semana aparecían delegaciones de obreros o campesinos pidiendo apoyo para sus luchas, las asambleas generales se parecían a las de Vincennes o la Sorbonne. Los alumnos eran bastante entusiastas y creo que mi estatuto de “franchute” me ayudó algo a hacerme aceptar, tanto más que lo que decía era relativamente nuevo o por lo menos diferente, aunque lo expresaba en un lenguaje muy particular, ya que mi práctica del castellano había sido más bien la de los textos del XVI. Algunos pretendían que no me entendían, otros sí hicieron el esfuerzo de entenderme. Es evidente que los que “no me entendían” era, más bien, a causa de sus prevenciones sobre lo que estaba diciendo. De todas maneras mi intento de historicizar, en mis cursos, la antropología mexicana como práctica de estado y mi poco serio dogmatismo marxista pronto me pusieron en la mira de los maestros más burocráticos. En resumen, esa polarización llevó a organizar a mi intención una especie de proceso Estaliniano en el cual un jurado nombrado ad hoc iba a juzgar mi posición política que las masas convocadas iban a refrendar, logrando así mi expulsión de la escuela. No les resultó por la sencilla razón que ya era muy tarde, había yo hecho mi hoyito en esta escuela. Como era un hombre libre, como dije, sin conocer mucha gente en la ciudad, pasaba más bien todos mis días en la escuela, desde las 9am hasta las 21pm, dando la infinidad de clases que se me pedía. Esto hizo que en las masas convocadas a ser partícipes de mi juicio de expulsión estuvieran un gran número de mis propios alumnos y como había logrado seducirlos “con mis rollos”, todo se terminó en un ambiente de carnaval, a pesar de la furia de los acusadores.
No viene al caso contar el detalle de esta farsa, pero sí podemos salvar del olvido a una de las grandes acusaciones: yo era ecologista. Esta palabra era, en esa época y para estos burócratas marxistas, un insulto. Recordemos que en esta época toda la izquierda mexicana estaba unida en la defensa de una energía atómica nacional tras el SUTIN. Este tipo de acusaciones eran, evidentemente, para tapar el malestar que generaba mi intento de historicizar la antropología mexicana, es decir, un intento de considerar ese saber cómo históricamente marcado e insertado en unas relaciones de conflicto social, particularmente violentos en México.
El fracaso de mi juicio me permitió destapar más claramente mis posiciones en cuanto a la necesidad de reintroducir el saber histórico en la formación de los estudiantes de la ENAH. Es cierto que existía la Licenciatura en Etnohistoria, pero en la época era un pequeño reducto, una capillita que no proponía nada más que un saber bastante folclórico y petrificado.
Una historia para la ENAH
Mostrar la importancia de historicizar la antropología, creo que tuvo un cierto éxito, porque finalmente podemos ver hoy que aun antes de la introducción de una enseñanza formal de la historia, varios de los jóvenes de la Licenciatura en Antropología Social que fueron mis alumnos, trabajan hoy en campos históricos, aunque algunos no han dejado del todo sus primeros amores antropológicos… Lo que quiero decir es que, a través de mis enseñanzas, creo que había creado un cierto consenso de la urgencia de este restablecimiento de una enseñanza de la Historia.
Por otro lado, el compañero Jáuregui provocó una escisión en la Licenciatura en Antropología Social logrando crear o recrear una Licenciatura en Etnología. Su éxito fue la prueba de que pudiera yo pensar en organizar una enseñanza formal de la Historia. La coyuntura parecía favorable: teníamos grupos de alumnos que podrían apoyar, algunos colegas que no se opondrían sistemáticamente, faltaba un grupo de maestros que apoyaran en las tareas de crear esa posible nueva Licenciatura.
En “años generales” me llevaba al nivel de colega con dos maestros y con ellos me abrí de ese proyecto. Les pareció una buena idea y dijeron estar interesados. Si bien hicimos tres o cuatro reuniones formales a las cuales llegaban tarde, sin hacer la tarea, me di cuenta rápidamente de que no podía contar con ellos, ya que no les interesaba el saber histórico, ni menos pensar una enseñanza adaptada a la coyuntura específica de la época en la ENAH.  Solo querían encontrar un lugar más tranquilo para refuncionalizar, una vez más, sus rancios rollos de supuesta Filosofía de Historia y continuar a salmodiar las frases rituales del materialismo histórico. Porque era evidente que el saber histórico en la escuela, en esos años, estaba totalmente opacado por el materialismo histórico. Pero también para mí era claro que gran parte de esa aceptación pasiva de esa infinita reiteración ritual del materialismo histórico se debía justamente a una cierta “demanda de Historia”, por parte de la juventud de esa época. Una demanda justa y legítima, pero que se distorsionaba con esa práctica burocrática. Y así, no es extraño que la resistencia a la creación de una auténtica enseñanza de Historia proviniera de los dueños locales de esa enseñanza burocrática del dicho materialismo histórico. Me recuerdo cuánto algunos maestros se sentían agredidos personalmente cuando intentábamos pensar históricamente el devenir humano en México. Es ese sentimiento de agresión que impedía que realmente se lograra discutir teóricamente y de manera colectiva. Pronto los más burocratizados se cerraban sobre sí mismos y se abordaba el campo de la descalificación y de los insultos. Lo de agente de la CIA, del imperialismo francés e incluso del mundo Vaticano, cuando traduje y publiqué los textos de Solidarnosc, cuyo movimiento en la época hacia tambalear el poder burocrático en Polonia, jamás me indignaron, no me sentía implicado, eran tan enormes y grotescos que, más bien, me hacían reír, pensando en el contenido de parte de mi expediente de la policía en mi país…
Una carrera en marcha
 A cierto momento surgió la idea de proponer un propedéutico, ya que se quería crear un consenso global en la ENAH con los alumnos ya presentes[3]. Evidentemente causó un cierto interés, pero principalmente entre mis alumnos, ya que en esta época impartía entre tres o cuatro cursos. Si bien me acuerdo, las clases estaban después del turno matutino y necesitaba un cierto compromiso para los alumnos, ya que se sumaban a las cuatro horas normales del turno[4].
Crear esa dinámica encaminada hacia la creación de la Licenciatura en Historia fue un largo camino, ya que también creo recordarme que en esa época estaba yo fungiendo como coordinador de la Licenciatura en Antropología Social. Pero, por suerte, pronto se me descargó de esa tarea y me encontré coordinador de una Licenciatura sin maestros, ni alumnos.
Poco a poco la ruptura se confirmó entre el proyecto de creación de una Licenciatura en Historia y una ya muy masticada Filosofía Marxista de la Historia. Para ir más adelante y creyendo cansarnos, los pocos alumnos que apoyaban la última, declararon a nuestro grupo promotor en estado de “asamblea permanente”, una clásica trampa de los burócratas de todo color para cansar a la gente de buena fe y que tenían mucho que hacer. Pero aguantamos y, por fin, dejaron de oponerse sistemáticamente. De hecho, desaparecieron después de semanas de fastidio, solo mirándonos feo en los pasillos y tratándonos de reaccionarios[5]… Pero esto no nos amedrentó para nada y ya con un apoyo “popular” me dediqué a proponer un plan de estudio y un conjunto de contenidos (“El Libro Negro”). Debo hacer notar que recibí el apoyo irrestricto de la “jerarquía”, es decir de la directora Mercedes Olivera y, después, del director general Gastón García Cantú, siendo él mismo historiador. Se tuvo que formalizar todo el plan de estudios y contenidos con bibliografía y esto me costó muchas horas de trabajo… Pero, por fin un día, se autorizó[6].
Construir una Licenciatura
Lo más duro quedaba por hacer. Había que construir una estructura académica. El primer semestre entraron, para nuestra sorpresa, bastantes nuevos estudiantes, ya que se había corrido la voz de que había enseñanza de Historia en la ENAH, lo que confirmaba esa “demanda de Historia”, de la cual hablé. Recordemos que si corría en los pasillos de otras instituciones la “mala fama” de nuestra escuela, los jóvenes estaban más bien interesados en esa “mala fama” y en lo que podía haber de diferente o de nuevo. Es así que, probablemente, nos beneficiamos de ese efecto “mala fama” y que, probablemente, ya mis propios alumnos de la ENAH habían hecho alguna publicidad positiva.
Encontrar maestro para una generación fue relativamente fácil. Para conseguir maestro no podía, como es clásico en México, llamar a mis cuates, justamente porque los conocía y no estaba seguro de que me responderían. Así que organicé el primer concurso abierto para reclutar maestros. Habíamos obtenido ya dos plazas de recién creación. Otra vez grande decepción. Se presentaron, si me acuerdo bien, 23 candidatos. A pesar de que se había pedido entregar un proyecto de investigación y de enseñanza, la mayoría de ellos se presentaron sin ese requisito, haciendo solamente confianza en su labia. Pasamos horas escuchando gente contándonos sus ocurrencias o las rancias fórmulas de la Filosofía de la Historia, adaptada a todas las épocas históricas y en todos los continentes. Aparentemente todos estaban convencidos de que la historia son “historias que se cuentan”. La idea que había que problematizar el conocimiento histórico no les cabía y menos cuando se trataba de ciertos episodios claves del relato nacional, como la Conquista o la Independencia.
Una propuesta de plan de estudios, para discutir

Como se puede ver en la redacción de los títulos de las materias, estábamos aún en un periodo marcado definitivamente por la jerga marxista. Incluso en el plan de estudios por entregar a la SEP, se tuvo que conservar esta presentación retórica. Esto no era un problema, porque esa retórica había penetrado totalmente los aparatos de estado, a través de la cooptación de miles de estudiantes de la UNAM que fueron a engordar la masa de los funcionarios públicos. Recordemos que en esa época “los maoístas” de economía de la UNAM no tardarían en ser llamados a la Secretaría de Programación de Presupuesto por Carlos Salinas, preparando desde ahí, con ese, el asalto de esa generación a la presidencia del país.

Pero… ¿Por qué una carrera de Historia?
Estábamos conscientes de los grandes problemas que iba a acarrearnos el crear una carrera de Historia, pero no por eso teníamos que “ponernos realistas” y enseñar o, más bien, repetir, como nos invitaban muchos, lo que se decía en otros lugares.
Considerábamos la creación de la Licenciatura en Historia como parte de una urgente necesidad a nivel nacional, la de construcción-reconstrucción de un discurso ideológico-político en el cual se intentaría construir en ciertos casos, retomar con cuidado en otros, elementos del discurso del pasado remoto o reciente de México, para la construcción de una consciencia histórica progresista.
Mi generación había sido formada a la lectura de las obras clásicas de Frantz Fanon[7], Jean-Paul Sartre[8] y Albert Memmi[9]. Ahí habíamos entendido que una sociedad dominada o sometida al peso del imperialismo colonial, visible o neo-colonial velado, la construcción de una “falsa consciencia” histórica llevaba al dominado a ponerse de alguna u otra manera al servicio de esa dominación económica imperialista.
En esos años se pensaba que la posibilidad de un cambio en América Latina y en especial en México, estaba forzosamente ligado a la construcción de una etapa más avanzada en lo que se llamaba “la consciencia histórica”.
Así el trabajo urgente de los intelectuales progresistas y particularmente de los historiadores era formalizar y difundir los elementos históricos que la imposición del discurso dominante, legitimación de la opresión burguesa-capitalista, había negado u ocultado. Así retomando el ejemplo de las luchas vietnamitas que arrojaron al mar a dos potencias imperialistas, se podía ver como la agrupación en el Frente de los diferentes sectores y clases, permitió después de “muchos esfuerzos y errores”, dijo Ho Chi Minh, el establecimiento de una consciencia histórica nueva en todo el país que permitió cotidianamente, no solamente soportar sin desesperar, los asesinatos y destrucciones ciegas de los gringos, sino también construir paso a paso la gigantesca ola que arrojó al mar al imperialismo.[10]
De esta introducción un poco larga se desprendían un cierto número de objetivos generales de la carrera, que hoy evidentemente parecen muy de “vanguardia revolucionaria”, pero no era para nosotros solo retórico porque sabíamos que, de vez en cuando, alumnos de nuestra escuela salían hacia Centroamérica para apoyar las luchas de “liberación nacional”:
-          La formación de historiadores auténticamente progresistas, es decir, intelectuales que participen en lo que les compete, de manera activa y efectiva a la construcción-reconstrucción de un discurso histórico, cuya lógica estará esta vez al servicio de las luchas de liberación y no será elemento de enajenación.
-          La construcción de una carrera “científicamente” fuerte, es decir, que exigirá de los maestros trabajo, dedicación, conocimientos. Al igual que de los alumnos trabajo, constancia y esfuerzos, para lograr efectivamente el primer objetivo que no será posible sin la creación de un conjunto de conocimientos y de análisis que sea capaz de superar la visión burguesa clásica de la historia.
-          La construcción de una nueva concepción del qué hacer y del cómo hacer del historiador se debe manifestar en una investigación fundamental de regreso a las fuentes reconocidas de la Historia y otras que hay que conocer y dar a la luz. Pero analizar cómo estas fuentes han sido manipuladas, recortadas, escogidas, para servir al establecimiento del discurso histórico burgués dominante.[11]
Historia e identidad
No sé si tiene objeto aquí recordar mi afición de siempre por la historia, digo afición porque no estudié realmente una Licenciatura en Historia, sino que siempre me apasionó la historia y desde muy joven en la hermosa y antigua biblioteca pública de mi ciudad, sacaba cada semana cinco o seis volúmenes de historia, ya no teníamos televisión.
Esa pasión estaba sostenida por lo que pudiera llamar unas preguntas sobre el Ser, no solo el ¿quién soy yo?, ¿de dónde vengo?, preguntas nada originales, por cierto. Descendiente de pequeños campesinos “proletarizados”, pero, a pesar de todo e incluso de mí mismo, heredero de un conjunto de tradiciones y de saberes técnicos. Un saber condenado, ignorado por la cultura urbana, despreciado por los burgueses, incomprensible por los proletarios. Desde niño resentía esa inquietud de la identidad, siempre al borde de la negación de una parte de sí mismo. ¿Cómo acceder a la cultura urbana sin negarse? Estos sentimientos de extrañeza y de ambigüedad se reencontraban en la lectura de los textos de historia. Ya universitario tuve que hacer un recorrido al interior del conjunto de las ciencias sociales, psicología, sociología, lingüística, ciencias de la comunicación, geografía humana, economía del desarrollo. Pero siempre estaba presente esa pregunta dolorosa: la del ser histórico, social y político. El encuentro con América sobrevino después de amores intensos, pero fugaces con Asia y el mundo de la península arábiga. Esa pasión que crece: México-tesis-doctorado. Por fin llegué a ese México tan leído, soñado con sus primeras decepciones y sus primeras esperanzas.
La ENAH, un crisol para la utopía
Llegar a la ENAH era internarse en un lugar fabuloso en esta época agitada. Más que una escuela, un crisol donde se templaba hombres y mujeres. En esta época de utopía y de esperanzas revolucionarias, el mundo estaba cambiando, un empujón fuerte y el viejo mundo desaparecería. Lo importante no era la academia, aunque sabía yo, cómo lo decía siempre a mis alumnos, “no haremos revolución con pendejos”, lo que tenía el resultado de poner furiosos a ciertos burócratas “revolucionarios”. Teníamos que construir una formación académica a la altura de nuestras esperanzas y no dejarnos fagocitar por un conjunto de conocimientos arcaicos que nos cortaría las alas.
Teníamos a Fidel y Vietnam, las guerrillas latinoamericanas, los Tupamaros, Mao bajado del Olimpo… pero también la muerte del Che, Varsovia, la invasión Soviética a Praga, los cambios drásticos de Fidel, “la 23” acosada y masacrada. En la ENAH los heterodoxos del marxismo regresaban con fuerza, luxemburgistas, consejistas, goldmanianos, altuserianos, etc., intentaban cada uno a su manera ir más allá de una utopía marchita y pisoteada. Pero teníamos el sentimiento de que no había tampoco un simple regreso posible a la academia. La vieja academia estaba ya muerta.
En tanto que docente no me pareció que la solución estuviese en la pelea o en el dominio político de la escuela y el triunfo de tal o cual “interpretación” de marxismo, pero sí que antes de construir una “antropología marxista”, “al servicio de pueblo”, “comprometida”, etc. etc… había que saber realmente lo que era la antropología, no solo su fachada academicista, sino cómo funcionaba este discurso del “antropos” que animaba desde el interior la academia, como se construyó, evolucionó, es decir historizar realmente la antropología… antes de pintarla de tal o cual color.
El camino estaba trazado, pero no fue sencillo. Tuvimos que vencer dos etapas de oposición, la primera fase fue el miedo de muchos compañeros, maestros y alumnos de la escuela que temían, con justa razón, una atomización de la escuela. Esto se venció fácilmente cuando se convencieron de que no era un intento de hacer estallar nuestra escuela en mil escuelas elitistas, como lo intentaban ciertos arqueólogos, por ejemplo. La segunda fue la más difícil de vencer y fue no dejar que la nueva Licenciatura en formación fuera parasitada por compañeros oportunistas que veían en esta ciencia un trampolín fácil para una dominación “política” sobre un sector de la escuela, sin preocuparse ni por casualidad por los contenidos.
Es por eso que tuvimos asambleas del grupo promotor, “grupo piloto”, a veces violentas, asambleas generales donde venían en “apoyo” a “nuestros contrarios” maestros y estudiantes extraños a la escuela. Pero defendimos el derecho de la joven licenciatura a un desarrollo no hipotecado por problemas perfectamente identificables.
Estábamos conscientes de que el espacio descrito por el conjunto en el famoso “Libro Negro” era muy extenso. Intentábamos bulímicamente abarcar el mayor número posible de elementos académicos, esto no por una fachada burocrática, sino también y sobre todo para nuestra intención de poder jugar y ajustar la enseñanza a cada grupo, a cada generación[12].
Estábamos conscientes de que no sería fácil cubrir todos estos campos académicos, ya que era muy difícil encontrar buenos maestros para estas enseñanzas. Incluso sabíamos que para ciertas materias la bibliografía disponible era escasa o casi inexistente, por lo menos en castellano, de ahí nuestras recomendaciones a los nuevos alumnos de considerar con mucha atención el estudio de las lenguas extranjeras.
Creo que uno de los elementos más originales del plan de estudios fue el intento de poner en el centro de dicho plan la cuestión historiográfica, que se ha transformado hoy en el eje esencial de toda reflexión metodológica-práctica sobre el qué hacer de la Historia.
Entendíamos la problemática historiográfica como el intento de historicizar la Historia, es decir, intentar que a lo largo de esta carrera se aprendiera no solamente el nivel actual alcanzado por el desarrollo académico de las “ciencias históricas”, sino también, y al mismo tiempo, su proceso de constitución y de legitimación, es decir, entender el saber histórico no como la revelación de cosas escondidas -las leyes de la historia, por ejemplo- que solo los elegidos podían desvelar y explicitar, sino como un largo proceso muy complejo de conformación social de un saber.[13]




[1] Agradecemos la invitación para dejar este testimonio sobre el nacimiento de la Licenciatura en Historia de la ENAH. Como historiador no puedo decir que establezco aquí la verdadera historia de esa carrera, sino que lo que me propongo es dejar un testimonio de esa creación, ya que fui uno de los principales responsables de esa creación. Nos ha faltado revisar los archivos administrativos propios de la ENAH y del INAH o de la SEP, si existen, donde pudieran aparecer documentos más administrativos y aparentemente más neutros de esa creación, pero insistimos en la naturaleza de este ensayo: el testimonio de un actor social. 
[2] Para más detalles sobre este periodo antiguo de la ENAH, ver, por ejemplo, Beatriz Barba de Piña Chan (1999), "La Escuela Nacional de Antropología e Historia en los cincuenta" en 60 años de la ENAH, México:ENAH, u Olivé Negrete y Bolfy Cottom (1995), INAH, una historia, México: INAH, Vol II
[3] Documento del archivo personal de Guy Rozat.
[4] Dicha la verdad, no me acuerdo bien del éxito de dicho propedéutico, solo me acuerdo que di muchas clases y que el efecto global fue, más bien, de haber consolidado el interés por la Historia en la ENAH.
[5] Se tuvo que esperar más de 15 años para que estos volvieran a reivindicar su papel “fundamental” en la creación de la Licenciatura, donde pensaban incrustarse de nuevo en alianza con fósiles marxistoides de la dicha Licenciatura. En Wikipedia incluso quisieron dejar testimonio de esa creación. Ahí escribieron que los creadores de dicha Licenciatura fueron “el Dr. Guy Rozat Dupeyron, el Dr. Ricardo Melgar Bao y Rolando Javier González Arias”. En este escrito quiero dejar firme testimonio de que Ricardo Melgar, con quien me llevaba muy bien en la época, tuvo poco tiempo a dedicar a esa creación, ya que tenía problemas dolorosos que atender en su casa; lo que no quiere decir que estuviera opuesto a dicha creación. Sus “Melgaritos” con mis “Felices” fueron el núcleo de apoyo de esa creación. La mención de ese profesor por el redactor del artículo tiene por única función permitir la introducción de la referencia a Rolando González que pertenecía de hecho a ese grupo que tuvimos que apartar desde el principio para poder construir un proyecto académico serio y creíble. 
[6] No he aún encontrado el plan definitivo que entregué a la SEP y no sé si realmente los archivos oficiales del INAH han conservado huellas de estos trámites oficiales. Pero creo que sí valdría la pena sacarlos del polvo y del olvido.
[7] Frantz Fanon (1925-1961) Psiquiatra, filósofo y escritor progresista. Autor de varias obras, pronto traducidas al español y leídas muy pronto en América Latina y México. Piel negra, máscaras blancas (1952). Sociología de una revolución (1959), Era, México, 1968. Los condenados de la tierra (1961). Por la Revolución Africana (1964), Fondo de Cultura Económica, México D.F., 1965.
[8] Jean-Paul Sartre (1905-1980) De este autor utilizábamos particularmente para nuestras clases: Situaciones V: Colonialismo y neocolonialismo, París, Gallimard, 1964.
[9] Albert Memmi (1920) Entre una amplia producción de novelas y ensayos, utilizábamos Retraro del colonizado, precedido por el retrato del colonizador, publicado en 1957 y prologado por Jean-Paul Sartre.
[10] Extracto de uno de los textos de presentación que redacté en la época, para defender el proyecto de Historia, documento mecanuscrito, sin fecha, pero probablemente del año 1980.
[11] Nos parece que estos tres objetivos proclamados de la carrera, representan bien el espíritu que nos animaba a querer crear esa licenciatura.
[12] Como coordinador de Antropología Social había podido darme cuenta de la dinámica muy particular que podía crearse en ciertos grupos de alumnos cuando se apoyaba sus iniciativas de formación colectiva. Así, por ejemplo, me recuerdo particularmente del grupo de “Melgaritos”, alumnos de Ricardo Melgar Bao, que no solamente tomaban las materias obligatorias del plan de estudios, sino que pidieron una infinidad de clases suplementarias que como coordinador de Antropología Social autoricé.
[13] Por ejemplo, si se considera al curso de “Sociedades Antiguas” de Occidente, no nos interesaba revisitar el rancio saber occidental sobre sus orígenes, sino más bien pensar la naturaleza de la sociedad occidental y sus dinámicas totalitarias y, paralelamente, entender la naturaleza de ese saber sobre la “antigüedad clásica” acumulado durante siglos. La preocupación era idéntica para la clase de Asia y África antigua, pero ahí nos dimos cuenta de que muchos de los supuestos especialistas de esas regiones solo conocían estos continentes a la luz de las proclamaciones de las luchas de liberación nacional.