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Historia de la licenciatura de Historia en la ENAH, un testimonio
https://mediateca.inah.gob.mx/repositorio/islandora/object/issue%3A1207
Historia de la Licenciatura en
Historia en la ENAH, un testimonio
Guy Rozat Dupeyron[1]
INAH-Veracruz
INAH-Veracruz
La Escuela Nacional de Antropología e
Historia hace 40 años se caracterizaba, a pesar de su nombre, por una ausencia
de enseñanza de Historia. En virtud de un compromiso hecho con la UNAM se consideró
que ésta última institución no propondría enseñanza de antropología y el INAH,
en su escuela, no tendría la correspondiente de historia[2].
Puede resultar extraño que el que redacta
esta memoria lejana de la Licenciatura en Historia de la ENAH sea “un
extranjero”. Pero esto no lo será tanto si recordamos que durante décadas casi la
mayoría de los maestros de esta escuela eran extranjeros, porque la ausencia de
estructura institucional, la poca paga o cuanto irregular, hacía que los
nacionales prefirieran buscar insertarse como maestros en instituciones más
formales y mejor pagadas. También la “reputación” de dicha escuela no ayudaba a
estructurar una planta docente de investigadores nacionales. Es cierto que
muchos investigadores mexicanos a un momento u otro dedicaron tiempo y esfuerzo
a la formación de los estudiantes de la ENAH, pero era más bien como una forma
de apostolado y de entrega casi gratuita, pero si lo podían hacer es que,
muchas veces, tenían plazas en otras instituciones o en el mismo INAH.
Pero en lo que toca a la estructura global
de la enseñanza, en los tres primeros semestres de “años generales” es cierto que,
cuando entré yo a la ENAH, había muchos maestros extranjeros. La represión y la
caza sistemática de los sectores progresistas en muchos países de América
Latina, en esos años, habían lanzado al exilio a muchos maestros e
investigadores latinoamericanos y, por lo tanto, no fue nada extraño que
algunos llegaron a ese lugar de pensamiento y reflexión política progresista
que era en esa época la ENAH.
Hace un instante hablé de la mala reputación
de la ENAH, y no hay duda de que las imágenes múltiples y variadas de esa
institución se paseaban en el medio académico e incluso más allá, sin tapujos.
La mayoría de estas eran desfavorables, muy desfavorables, y yo, que fui
testigo de esa época llegando a la ENAH en 1975, puedo testificar que eran
inmerecidas. Es cierto que la jerga marxista había invadido totalmente la
enseñanza y, probablemente, era un claro exceso, pero también puedo decir que
muy pronto grupos de alumnos reaccionaron contra esta melcocha discursiva impuesta
que no llevaba a nada a la mayoría de los alumnos.
Es cierto también que no había duda, todos
éramos marxistas, pero había de marxista a marxista. Había un pequeño sector
sectario, minoritario y que tenía como referencia solo a Marta Harnecker y a
las obras más burocráticas del camarada Lenin, pero también había un amplio
sector que intentaba reflexionar sobre el marxismo real en obra, en países como
Yugoslavia, sobre la posibilidad de la fundación de Soviets no burocráticos, incluso
de pensar un marxismo más abierto para un socialismo con cara humana, como lo
habían intentado los checos alrededor del 68 con el resultado que todos
conocemos, su aplastamiento por los tanques del Pacto de Varsovia.
Así, si del exterior la escuela pudiera
parecer bastante sectaria por el intitulado de sus materias, particularmente en
los tres primeros semestres, las enseñanzas de la escuela estaban atravesadas
por una reflexión muy dinámica y, a veces, muy enconada que ayudaba a
desarrollar en los alumnos una desconfianza hacia los saberes establecidos, los
dogmas, y les iniciaban a un método de vida autocrítico.
Estábamos en esos años que se estaba
construyendo en México una universidad de masas, eso era particularmente notable
en el INAH. La ENAH había dejado de ser una pequeña escuela ligada directamente
a la pequeña burguesía nacional y al sector institucional. Ahora las hordas
estudiantiles se estaban volviendo más populares, sus intereses eran diferentes
y la conciencia de que México necesitaba transformarse les era muy clara, ya
que no tendrían apoyos familiares para construirse como profesionistas. Ese
proceso no fue de tajo, sino poco a poco la escuela se fue construyendo como un
lugar de enseñanza “al servicio del pueblo”.
Regresémonos al autor de dicho ensayo.
Llegué a México invitado por colegas mexicanos que había conocido en París en
diversos seminarios universitarios. Mi tesis de doctorado había sido un intento
de historicizar el relato nacional mexicano, porque me había dado cuenta de que
muchos de los contenidos de la Historia Mexicana habían sido escritos desde un
mundo lejano a la dinámica de construcción de ese país. Paralelamente a esto,
muchos de los mexicanos que había conocido yo en París no parecían interesarse
mucho en la historia real de su país. Frente a la caricatura de un escueto
relato nacionalista solo oponían unas explicaciones marxistoides simplonas,
algunos más rolleros podían discurrir más horas, pero sin explicar realmente
nada de la riqueza y profundidad de las fuerzas vivas que desde siglos se
manifestaban y animaban la vida cotidiana en estas tierras.
Es así que, finalmente, estas discusiones
no fueron tan vanas, ya que el resultado fue una invitación para trabajar unos
meses en el Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM.
Al fin de mi contrato con la UNAM se me
presentó la disyuntiva, regresar a mi tierra o, en cierta forma, pensar mi
futuro en México. Prácticamente libre de ataduras me di cuenta de que las
posibilidades de creación y desarrollo eran muy superiores a las que hubiera
podido encontrar en la vieja y ya entumecida Francia, por lo menos por mí
origen de clase. Evidentemente la ENAH era un lugar donde podía empezar a
tantear mi suerte, siempre faltaban maestros y mi tesis sobre las
manipulaciones de los relatos de la Conquista de México me había familiarizado
con muchos de los textos que se utilizaban en esa época en la ENAH.
Me sentí inmediatamente en casa, la
atmósfera era muy dinámica, muy creativa, casi cada semana aparecían
delegaciones de obreros o campesinos pidiendo apoyo para sus luchas, las
asambleas generales se parecían a las de Vincennes o la Sorbonne. Los alumnos
eran bastante entusiastas y creo que mi estatuto de “franchute” me ayudó algo a
hacerme aceptar, tanto más que lo que decía era relativamente nuevo o por lo
menos diferente, aunque lo expresaba en un lenguaje muy particular, ya que mi
práctica del castellano había sido más bien la de los textos del XVI. Algunos
pretendían que no me entendían, otros sí hicieron el esfuerzo de entenderme. Es
evidente que los que “no me entendían” era, más bien, a causa de sus
prevenciones sobre lo que estaba diciendo. De todas maneras mi intento de
historicizar, en mis cursos, la antropología mexicana como práctica de estado y
mi poco serio dogmatismo marxista pronto me pusieron en la mira de los maestros
más burocráticos. En resumen, esa polarización llevó a organizar a mi intención
una especie de proceso Estaliniano en el cual un jurado nombrado ad hoc iba a juzgar mi posición política
que las masas convocadas iban a refrendar, logrando así mi expulsión de la
escuela. No les resultó por la sencilla razón que ya era muy tarde, había yo
hecho mi hoyito en esta escuela. Como era un hombre libre, como dije, sin
conocer mucha gente en la ciudad, pasaba más bien todos mis días en la escuela,
desde las 9am hasta las 21pm, dando la infinidad de clases que se me pedía.
Esto hizo que en las masas convocadas a ser partícipes de mi juicio de
expulsión estuvieran un gran número de mis propios alumnos y como había logrado
seducirlos “con mis rollos”, todo se terminó en un ambiente de carnaval, a
pesar de la furia de los acusadores.
No viene al caso contar el detalle de esta
farsa, pero sí podemos salvar del olvido a una de las grandes acusaciones: yo
era ecologista. Esta palabra era, en esa época y para estos burócratas
marxistas, un insulto. Recordemos que en esta época toda la izquierda mexicana
estaba unida en la defensa de una energía atómica nacional tras el SUTIN. Este
tipo de acusaciones eran, evidentemente, para tapar el malestar que generaba mi
intento de historicizar la antropología mexicana, es decir, un intento de
considerar ese saber cómo históricamente marcado e insertado en unas relaciones
de conflicto social, particularmente violentos en México.
El fracaso de mi juicio me permitió
destapar más claramente mis posiciones en cuanto a la necesidad de reintroducir
el saber histórico en la formación de los estudiantes de la ENAH. Es cierto que
existía la Licenciatura en Etnohistoria, pero en la época era un pequeño
reducto, una capillita que no proponía nada más que un saber bastante
folclórico y petrificado.
Una
historia para la ENAH
Mostrar la importancia de historicizar la
antropología, creo que tuvo un cierto éxito, porque finalmente podemos ver hoy
que aun antes de la introducción de una enseñanza formal de la historia, varios
de los jóvenes de la Licenciatura en Antropología Social que fueron mis
alumnos, trabajan hoy en campos históricos, aunque algunos no han dejado del
todo sus primeros amores antropológicos… Lo que quiero decir es que, a través
de mis enseñanzas, creo que había creado un cierto consenso de la urgencia de
este restablecimiento de una enseñanza de la Historia.
Por otro lado, el compañero Jáuregui provocó
una escisión en la Licenciatura en Antropología Social logrando crear o recrear
una Licenciatura en Etnología. Su éxito fue la prueba de que pudiera yo pensar en
organizar una enseñanza formal de la Historia. La coyuntura parecía favorable:
teníamos grupos de alumnos que podrían apoyar, algunos colegas que no se
opondrían sistemáticamente, faltaba un grupo de maestros que apoyaran en las
tareas de crear esa posible nueva Licenciatura.
En “años generales” me llevaba al nivel de
colega con dos maestros y con ellos me abrí de ese proyecto. Les pareció una
buena idea y dijeron estar interesados. Si bien hicimos tres o cuatro reuniones
formales a las cuales llegaban tarde, sin hacer la tarea, me di cuenta
rápidamente de que no podía contar con ellos, ya que no les interesaba el saber
histórico, ni menos pensar una enseñanza adaptada a la coyuntura específica de
la época en la ENAH. Solo querían encontrar
un lugar más tranquilo para refuncionalizar, una vez más, sus rancios rollos de
supuesta Filosofía de Historia y continuar a salmodiar las frases rituales del
materialismo histórico. Porque era evidente que el saber histórico en la
escuela, en esos años, estaba totalmente opacado por el materialismo histórico.
Pero también para mí era claro que gran parte de esa aceptación pasiva de esa
infinita reiteración ritual del materialismo histórico se debía justamente a una
cierta “demanda de Historia”, por parte de la juventud de esa época. Una
demanda justa y legítima, pero que se distorsionaba con esa práctica burocrática.
Y así, no es extraño que la resistencia a la creación de una auténtica
enseñanza de Historia proviniera de los dueños locales de esa enseñanza
burocrática del dicho materialismo histórico. Me recuerdo cuánto algunos
maestros se sentían agredidos personalmente cuando intentábamos pensar
históricamente el devenir humano en México. Es ese sentimiento de agresión que
impedía que realmente se lograra discutir teóricamente y de manera colectiva.
Pronto los más burocratizados se cerraban sobre sí mismos y se abordaba el
campo de la descalificación y de los insultos. Lo de agente de la CIA, del
imperialismo francés e incluso del mundo Vaticano, cuando traduje y publiqué
los textos de Solidarnosc, cuyo movimiento en la época hacia tambalear el poder
burocrático en Polonia, jamás me indignaron, no me sentía implicado, eran tan
enormes y grotescos que, más bien, me hacían reír, pensando en el contenido de
parte de mi expediente de la policía en mi país…
Una
carrera en marcha
A
cierto momento surgió la idea de proponer un propedéutico, ya que se quería
crear un consenso global en la ENAH con los alumnos ya presentes[3]. Evidentemente
causó un cierto interés, pero principalmente entre mis alumnos, ya que en esta
época impartía entre tres o cuatro cursos. Si bien me acuerdo, las clases
estaban después del turno matutino y necesitaba un cierto compromiso para los
alumnos, ya que se sumaban a las cuatro horas normales del turno[4].
Crear esa dinámica encaminada hacia la creación de
la Licenciatura en Historia fue un largo camino, ya que también creo recordarme
que en esa época estaba yo fungiendo como coordinador de la Licenciatura en Antropología
Social. Pero, por suerte, pronto se me descargó de esa tarea y me encontré
coordinador de una Licenciatura sin maestros, ni alumnos.
Poco a poco la ruptura se confirmó entre el
proyecto de creación de una Licenciatura en Historia y una ya muy masticada
Filosofía Marxista de la Historia. Para ir más adelante y creyendo cansarnos,
los pocos alumnos que apoyaban la última, declararon a nuestro grupo promotor en
estado de “asamblea permanente”, una clásica trampa de los burócratas de todo
color para cansar a la gente de buena fe y que tenían mucho que hacer. Pero
aguantamos y, por fin, dejaron de oponerse sistemáticamente. De hecho,
desaparecieron después de semanas de fastidio, solo mirándonos feo en los
pasillos y tratándonos de reaccionarios[5]… Pero
esto no nos amedrentó para nada y ya con un apoyo “popular” me dediqué a
proponer un plan de estudio y un conjunto de contenidos (“El Libro Negro”). Debo
hacer notar que recibí el apoyo irrestricto de la “jerarquía”, es decir de la
directora Mercedes Olivera y, después, del director general Gastón García Cantú,
siendo él mismo historiador. Se tuvo que formalizar todo el plan de estudios y
contenidos con bibliografía y esto me costó muchas horas de trabajo… Pero, por
fin un día, se autorizó[6].
Construir
una Licenciatura
Lo más duro quedaba por hacer. Había que
construir una estructura académica. El primer semestre entraron, para nuestra
sorpresa, bastantes nuevos estudiantes, ya que se había corrido la voz de que
había enseñanza de Historia en la ENAH, lo que confirmaba esa “demanda de
Historia”, de la cual hablé. Recordemos que si corría en los pasillos de otras
instituciones la “mala fama” de nuestra escuela, los jóvenes estaban más bien
interesados en esa “mala fama” y en lo que podía haber de diferente o de nuevo.
Es así que, probablemente, nos beneficiamos de ese efecto “mala fama” y que,
probablemente, ya mis propios alumnos de la ENAH habían hecho alguna publicidad
positiva.
Encontrar maestro para una generación fue
relativamente fácil. Para conseguir maestro no podía, como es clásico en
México, llamar a mis cuates, justamente porque los conocía y no estaba seguro de
que me responderían. Así que organicé el primer concurso abierto para reclutar
maestros. Habíamos obtenido ya dos plazas de recién creación. Otra vez grande
decepción. Se presentaron, si me acuerdo bien, 23 candidatos. A pesar de que se
había pedido entregar un proyecto de investigación y de enseñanza, la mayoría
de ellos se presentaron sin ese requisito, haciendo solamente confianza en su
labia. Pasamos horas escuchando gente contándonos sus ocurrencias o las rancias
fórmulas de la Filosofía de la Historia, adaptada a todas las épocas históricas
y en todos los continentes. Aparentemente todos estaban convencidos de que la
historia son “historias que se cuentan”. La idea que había que problematizar el
conocimiento histórico no les cabía y menos cuando se trataba de ciertos
episodios claves del relato nacional, como la Conquista o la Independencia.
Una
propuesta de plan de estudios, para discutir
Como se puede ver en la redacción de los
títulos de las materias, estábamos aún en un periodo marcado definitivamente
por la jerga marxista. Incluso en el plan de estudios por entregar a la SEP, se
tuvo que conservar esta presentación retórica. Esto no era un problema, porque
esa retórica había penetrado totalmente los aparatos de estado, a través de la
cooptación de miles de estudiantes de la UNAM que fueron a engordar la masa de
los funcionarios públicos. Recordemos que en esa época “los maoístas” de
economía de la UNAM no tardarían en ser llamados a la Secretaría de
Programación de Presupuesto por Carlos Salinas, preparando desde ahí, con ese, el
asalto de esa generación a la presidencia del país.
Pero…
¿Por qué una carrera de Historia?
Estábamos conscientes de los grandes
problemas que iba a acarrearnos el crear una carrera de Historia, pero no por
eso teníamos que “ponernos realistas” y enseñar o, más bien, repetir, como nos
invitaban muchos, lo que se decía en otros lugares.
Considerábamos la creación de la Licenciatura
en Historia como parte de una urgente necesidad a nivel nacional, la de
construcción-reconstrucción de un discurso ideológico-político en el cual se
intentaría construir en ciertos casos, retomar con cuidado en otros, elementos
del discurso del pasado remoto o reciente de México, para la construcción de
una consciencia histórica progresista.
Mi generación había sido formada a la
lectura de las obras clásicas de Frantz Fanon[7], Jean-Paul
Sartre[8] y Albert
Memmi[9]. Ahí
habíamos entendido que una sociedad dominada o sometida al peso del
imperialismo colonial, visible o neo-colonial velado, la construcción de una “falsa
consciencia” histórica llevaba al dominado a ponerse de alguna u otra manera al
servicio de esa dominación económica imperialista.
En esos años se pensaba que la posibilidad
de un cambio en América Latina y en especial en México, estaba forzosamente
ligado a la construcción de una etapa más avanzada en lo que se llamaba “la
consciencia histórica”.
Así el trabajo urgente de los intelectuales
progresistas y particularmente de los historiadores era formalizar y difundir
los elementos históricos que la imposición del discurso dominante, legitimación
de la opresión burguesa-capitalista, había negado u ocultado. Así retomando el
ejemplo de las luchas vietnamitas que arrojaron al mar a dos potencias
imperialistas, se podía ver como la agrupación en el Frente de los diferentes
sectores y clases, permitió después de “muchos esfuerzos y errores”, dijo Ho
Chi Minh, el establecimiento de una consciencia histórica nueva en todo el país
que permitió cotidianamente, no solamente soportar sin desesperar, los
asesinatos y destrucciones ciegas de los gringos, sino también construir paso a
paso la gigantesca ola que arrojó al mar al imperialismo.[10]
De esta introducción un poco larga se
desprendían un cierto número de objetivos generales de la carrera, que hoy
evidentemente parecen muy de “vanguardia revolucionaria”, pero no era para
nosotros solo retórico porque sabíamos que, de vez en cuando, alumnos de
nuestra escuela salían hacia Centroamérica para apoyar las luchas de
“liberación nacional”:
-
La
formación de historiadores auténticamente progresistas, es decir, intelectuales
que participen en lo que les compete, de manera activa y efectiva a la
construcción-reconstrucción de un discurso histórico, cuya lógica estará esta
vez al servicio de las luchas de liberación y no será elemento de enajenación.
-
La
construcción de una carrera “científicamente” fuerte, es decir, que exigirá de
los maestros trabajo, dedicación, conocimientos. Al igual que de los alumnos
trabajo, constancia y esfuerzos, para lograr efectivamente el primer objetivo
que no será posible sin la creación de un conjunto de conocimientos y de
análisis que sea capaz de superar la visión burguesa clásica de la historia.
-
La
construcción de una nueva concepción del qué hacer y del cómo hacer del
historiador se debe manifestar en una investigación fundamental de regreso a
las fuentes reconocidas de la Historia y otras que hay que conocer y dar a la
luz. Pero analizar cómo estas fuentes han sido manipuladas, recortadas,
escogidas, para servir al establecimiento del discurso histórico burgués
dominante.[11]
Historia
e identidad
No sé si tiene objeto aquí recordar mi afición
de siempre por la historia, digo afición porque no estudié realmente una Licenciatura
en Historia, sino que siempre me apasionó la historia y desde muy joven en la
hermosa y antigua biblioteca pública de mi ciudad, sacaba cada semana cinco o
seis volúmenes de historia, ya no teníamos televisión.
Esa pasión estaba sostenida por lo que
pudiera llamar unas preguntas sobre el Ser, no solo el ¿quién soy yo?, ¿de
dónde vengo?, preguntas nada originales, por cierto. Descendiente de pequeños
campesinos “proletarizados”, pero, a pesar de todo e incluso de mí mismo, heredero
de un conjunto de tradiciones y de saberes técnicos. Un saber condenado,
ignorado por la cultura urbana, despreciado por los burgueses, incomprensible
por los proletarios. Desde niño resentía esa inquietud de la identidad, siempre
al borde de la negación de una parte de sí mismo. ¿Cómo acceder a la cultura
urbana sin negarse? Estos sentimientos de extrañeza y de ambigüedad se
reencontraban en la lectura de los textos de historia. Ya universitario tuve
que hacer un recorrido al interior del conjunto de las ciencias sociales,
psicología, sociología, lingüística, ciencias de la comunicación, geografía
humana, economía del desarrollo. Pero siempre estaba presente esa pregunta dolorosa:
la del ser histórico, social y político. El encuentro con América sobrevino después
de amores intensos, pero fugaces con Asia y el mundo de la península arábiga.
Esa pasión que crece: México-tesis-doctorado. Por fin llegué a ese México tan leído,
soñado con sus primeras decepciones y sus primeras esperanzas.
La
ENAH, un crisol para la utopía
Llegar a la ENAH era internarse en un lugar
fabuloso en esta época agitada. Más que una escuela, un crisol donde se
templaba hombres y mujeres. En esta época de utopía y de esperanzas
revolucionarias, el mundo estaba cambiando, un empujón fuerte y el viejo mundo
desaparecería. Lo importante no era la academia, aunque sabía yo, cómo lo decía
siempre a mis alumnos, “no haremos revolución con pendejos”, lo que tenía el
resultado de poner furiosos a ciertos burócratas “revolucionarios”. Teníamos que
construir una formación académica a la altura de nuestras esperanzas y no
dejarnos fagocitar por un conjunto de conocimientos arcaicos que nos cortaría
las alas.
Teníamos a Fidel y Vietnam, las guerrillas
latinoamericanas, los Tupamaros, Mao bajado del Olimpo… pero también la muerte
del Che, Varsovia, la invasión Soviética a Praga, los cambios drásticos de
Fidel, “la 23” acosada y masacrada. En la ENAH los heterodoxos del marxismo
regresaban con fuerza, luxemburgistas, consejistas, goldmanianos, altuserianos,
etc., intentaban cada uno a su manera ir más allá de una utopía marchita y
pisoteada. Pero teníamos el sentimiento de que no había tampoco un simple regreso
posible a la academia. La vieja academia estaba ya muerta.
En tanto que docente no me pareció que la
solución estuviese en la pelea o en el dominio político de la escuela y el
triunfo de tal o cual “interpretación” de marxismo, pero sí que antes de
construir una “antropología marxista”, “al servicio de pueblo”, “comprometida”,
etc. etc… había que saber realmente lo que era la antropología, no solo su
fachada academicista, sino cómo funcionaba este discurso del “antropos” que
animaba desde el interior la academia, como se construyó, evolucionó, es decir
historizar realmente la antropología… antes de pintarla de tal o cual color.
El camino estaba trazado, pero no fue
sencillo. Tuvimos que vencer dos etapas de oposición, la primera fase fue el
miedo de muchos compañeros, maestros y alumnos de la escuela que temían, con
justa razón, una atomización de la escuela. Esto se venció fácilmente cuando se
convencieron de que no era un intento de hacer estallar nuestra escuela en mil
escuelas elitistas, como lo intentaban ciertos arqueólogos, por ejemplo. La
segunda fue la más difícil de vencer y fue no dejar que la nueva Licenciatura
en formación fuera parasitada por compañeros oportunistas que veían en esta
ciencia un trampolín fácil para una dominación “política” sobre un sector de la
escuela, sin preocuparse ni por casualidad por los contenidos.
Es por eso que tuvimos asambleas del grupo
promotor, “grupo piloto”, a veces violentas, asambleas generales donde venían
en “apoyo” a “nuestros contrarios” maestros y estudiantes extraños a la escuela.
Pero defendimos el derecho de la joven licenciatura a un desarrollo no
hipotecado por problemas perfectamente identificables.
Estábamos conscientes de que el espacio
descrito por el conjunto en el famoso “Libro Negro” era muy extenso. Intentábamos
bulímicamente abarcar el mayor número posible de elementos académicos, esto no
por una fachada burocrática, sino también y sobre todo para nuestra intención
de poder jugar y ajustar la enseñanza a cada grupo, a cada generación[12].
Estábamos conscientes de que no sería fácil
cubrir todos estos campos académicos, ya que era muy difícil encontrar buenos
maestros para estas enseñanzas. Incluso sabíamos que para ciertas materias la
bibliografía disponible era escasa o casi inexistente, por lo menos en
castellano, de ahí nuestras recomendaciones a los nuevos alumnos de considerar
con mucha atención el estudio de las lenguas extranjeras.
Creo que uno de los
elementos más originales del plan de estudios fue el intento de poner en el
centro de dicho plan la cuestión historiográfica, que se ha transformado hoy en
el eje esencial de toda reflexión metodológica-práctica sobre el qué hacer de
la Historia.
Entendíamos la problemática historiográfica como el intento
de historicizar la Historia, es decir, intentar que a lo largo de esta carrera se
aprendiera no solamente el nivel actual alcanzado por el desarrollo académico
de las “ciencias históricas”, sino también, y al mismo tiempo, su proceso de
constitución y de legitimación, es decir, entender el saber histórico no como
la revelación de cosas escondidas -las leyes de la historia, por ejemplo- que
solo los elegidos podían desvelar y explicitar, sino como un largo proceso muy complejo de conformación social de un saber.[13]
[1] Agradecemos la invitación para dejar este testimonio sobre el
nacimiento de la Licenciatura en Historia de la ENAH. Como historiador no puedo
decir que establezco aquí la verdadera historia de esa carrera, sino que lo que
me propongo es dejar un testimonio de esa creación, ya que fui uno de los
principales responsables de esa creación. Nos ha faltado revisar los archivos
administrativos propios de la ENAH y del INAH o de la SEP, si existen, donde
pudieran aparecer documentos más administrativos y aparentemente más neutros de
esa creación, pero insistimos en la naturaleza de este ensayo: el testimonio de
un actor social.
[2] Para más detalles sobre este periodo antiguo de la ENAH, ver, por
ejemplo, Beatriz Barba de Piña
Chan (1999), "La Escuela Nacional de Antropología e Historia en los
cincuenta" en 60 años de
la ENAH, México:ENAH, u Olivé Negrete y Bolfy Cottom (1995), INAH, una historia, México:
INAH, Vol II
[3] Documento del archivo personal de Guy Rozat.
[4] Dicha la verdad, no me acuerdo bien del éxito de dicho
propedéutico, solo me acuerdo que di muchas clases y que el efecto global fue,
más bien, de haber consolidado el interés por la Historia en la ENAH.
[5] Se tuvo que esperar más de 15 años para que estos volvieran a
reivindicar su papel “fundamental” en la creación de la Licenciatura, donde
pensaban incrustarse de nuevo en alianza con fósiles marxistoides de la dicha
Licenciatura. En Wikipedia incluso quisieron dejar testimonio de esa creación.
Ahí escribieron que los creadores de dicha Licenciatura fueron “el Dr. Guy
Rozat Dupeyron, el Dr. Ricardo Melgar Bao y Rolando Javier González Arias”. En
este escrito quiero dejar firme testimonio de que Ricardo Melgar, con quien me
llevaba muy bien en la época, tuvo poco tiempo a dedicar a esa creación, ya que
tenía problemas dolorosos que atender en su casa; lo que no quiere decir que
estuviera opuesto a dicha creación. Sus “Melgaritos” con mis “Felices” fueron
el núcleo de apoyo de esa creación. La mención de ese profesor por el redactor
del artículo tiene por única función permitir la introducción de la referencia
a Rolando González que pertenecía de hecho a ese grupo que tuvimos que apartar desde
el principio para poder construir un proyecto académico serio y creíble.
[6] No he aún encontrado el plan definitivo que entregué a la SEP y no
sé si realmente los archivos oficiales del INAH han conservado huellas de estos
trámites oficiales. Pero creo que sí valdría la pena sacarlos del polvo y del
olvido.
[7] Frantz Fanon (1925-1961) Psiquiatra, filósofo y escritor
progresista. Autor de varias obras, pronto traducidas al español y leídas muy
pronto en América Latina y México. Piel negra, máscaras blancas (1952). Sociología de una revolución (1959), Era, México, 1968. Los
condenados de la tierra (1961). Por la Revolución Africana (1964), Fondo de Cultura
Económica, México D.F., 1965.
[8] Jean-Paul Sartre (1905-1980) De este autor utilizábamos
particularmente para nuestras clases: Situaciones
V: Colonialismo y neocolonialismo, París, Gallimard, 1964.
[9] Albert Memmi (1920) Entre una amplia producción de novelas y
ensayos, utilizábamos Retraro del colonizado, precedido por el retrato del
colonizador, publicado en 1957 y prologado por Jean-Paul Sartre.
[10] Extracto de uno de los textos de presentación que redacté en la
época, para defender el proyecto de Historia, documento mecanuscrito, sin
fecha, pero probablemente del año 1980.
[11] Nos parece que estos tres objetivos proclamados de la carrera,
representan bien el espíritu que nos animaba a querer crear esa licenciatura.
[12] Como coordinador de Antropología Social había podido darme cuenta
de la dinámica muy particular que podía crearse en ciertos grupos de alumnos
cuando se apoyaba sus iniciativas de formación colectiva. Así, por ejemplo, me
recuerdo particularmente del grupo de “Melgaritos”, alumnos de Ricardo Melgar
Bao, que no solamente tomaban las materias obligatorias del plan de estudios,
sino que pidieron una infinidad de clases suplementarias que como coordinador
de Antropología Social autoricé.
[13] Por ejemplo, si se considera al curso de “Sociedades Antiguas” de Occidente,
no nos interesaba revisitar el rancio saber occidental sobre sus orígenes, sino
más bien pensar la naturaleza de la sociedad occidental y sus dinámicas
totalitarias y, paralelamente, entender la naturaleza de ese saber sobre la
“antigüedad clásica” acumulado durante siglos. La preocupación era idéntica
para la clase de Asia y África antigua, pero ahí nos dimos cuenta de que muchos
de los supuestos especialistas de esas regiones solo conocían estos continentes
a la luz de las proclamaciones de las luchas de liberación nacional.
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